Conversando con Pepe Mujica hace tiempo en su chacra de Rincón del
Cerro fuera lo que fuese que yo apuntase sobre el tema del diálogo, la
integración político cultural de América del Sur, aparecía en su respuesta una
inquietud que, pensé después, quería dejar señalizada en la agenda de sus
preocupaciones a considerar por la izquierda en el futuro inmediato.
Pepe
incorporaba aquí o allá, el elogio de lo entrañable, afectivamente relevante,
políticamente significativo, espíritu que produce, en una comunidad, el terruño
compartido. La tierra, los ríos, las canciones, las pasiones comunes…las
afectividades lingüísticas, como (en el Uruguay) la palabra “gurises”, el “Che”,
el “Ta”, incluso los conflictos trabajados desde esa espiritualidad que teje
lazos insustituibles por ningún universalismo, ontológica y culturalmente
relevantes, como el humanismo, pero hasta el presente muy abstractos como
generadores de sentido.
El alma popular verdea y sufre en la emocionalidad de lo
cercano, lo cotidiano, en los imaginarios abiertos por el lenguaje común, los
sinsabores compartidos a superar.
Desde ahí hay que construir identidad
transformadora, parecía querer subrayar una y otra vez en el diálogo. No lo
expresó, pero me quedó claro que aspiraba a trasladarme una valoración: la
dialéctica de lo nacional, lo regional y lo universal, no ha sido en general
correctamente interiorizada, sobre todo respecto de su implicancia espiritual,
por las prácticas políticas de los partidos marxistas.
La noción de patria que
vela por todos y que, aunque no anula conflictos de clase e intereses obliga al
esfuerzo de administrar políticamente esos conflictos. Como el problema
justificaría un entero libro, en su homenaje, que quede aquí constancia de su
inquietud. Que es extremadamente relevante, porque dice relación con los
contenidos culturales mediante los cuales se participa en la producción de
democraticidad.
Los integrantes de las generaciones que pusieron literalmente
sus vidas al servicio de la causa civilizatoria de la democratización de las
relaciones sociales tuvieron que enfrentar decisiones cargadas de enorme
tensión: sobre el fin y los medios, sobre la fiereza de las relaciones de poder
en las sociedades clasistas, sobre el equilibrio entre la producción de cultura
respecto, por ejemplo, de los derechos humanos, pero sin dejarse arrastrar al
infantilismo que resulta de procurar avanzar en la democratización general de la
sociedad sin sopesar el violentismo histórico y recurrente, que en este tiempo
se expresa desbocado, de la reacción de los grupos de privilegio más influyentes
ante la posible pérdida de espacios en los procesos de toma de decisión en todas
las esferas, económicas, institucionales, tecnológicas, etc.
No obstante, sin
descuidar esa sensibilidad, tiendo a creer que lo esencial en el momento actual
es analizar el estado de algunos conflictos que como tienen lugar en el mundo
entero, no pueden comprenderse sin un esfuerzo teórico político universalista.
Y
es necesario reparar, crudamente, que no todas las acciones desarrollistas y
antiimperialistas de lógica nacionalista o identitaria del pasado siglo fueron
revolucionarias ni lo son en el siglo XXI, pues suelen desplazar las
transformaciones democratizadoras de las relaciones sociales a un lugar
irrelevante. Y eso mismo produce una agudización de los conflictos hasta un
punto en que dejan de poder ser administrados políticamente.
En su esfuerzo por
dejar testimonio crítico de la peripecia de la izquierda en el siglo XX, por
trazar su legado pensando futuro, en 2024, Pepe hizo referencia a un libro de
Lenin, “El Estado y la Revolución”. Hace pocos años, otro protagonista de la
izquierda uruguaya, Esteban Valenti, también había hecho referencia críticamente
a ese texto. Como que de la lógica política de aquel texto habían emergido
formas de concepción del Estado que difícilmente podían evitar derivar hacia el
autoritarismo.
Lo que parece resultar relevante para estos revolucionarios de
los cincuenta y los sesenta es algo muy actual: los contenidos políticos e
institucionales necesarios para desarrollar la cultura democrática sin renunciar
a la praxis transformadora, a la democratización de las relaciones sociales.
Se
realizarán algunas valoraciones sobre ese debate en este mismo escrito, pero
parece necesario enfatizar ahora que la izquierda del siglo XXI no puede darle a
la reflexión crítica sobre el pasado más relevancia que a la producción
filosófico-política respecto de los desafíos del futuro porque el quiebre
tecnológico que establece la confluencia de la cibernética cuántica, la
inteligencia artificial generativa y la robótica, es un salto dialéctico que por
un lado viene pleno de oportunidades civilizatorias pero por otro entraña
riesgos totalitarios. La entidad de las trasnformaciones tecnológicas tiene
profundos efectos de sociedad.
Las consecuencias de la aplicación de estas
tecnologías a los procesos productivos y socio culturales dependerá de la
relación de fuerzas global entre los movimientos democratizadores y la reacción
conservadora, antagonismo que se desenvuelve en la sociedad mundial y del cual
tanto Pepe como Valenti tienen plena conciencia.
La crisis de la democracia, por
lo demás, tiene tal profundidad que el debate parece impostergable.
La izquierda
tiene que saldar cuentas con algunos aspectos de su pasado y pasar raya, superar
dialécticamente aquellos debates, pero no puede hacerlo sin caracterizar con
precisión al principal responsable actual de la crisis de la democracia, la
ultraderecha global y el tejido de corporaciones monopolistas que brega, a
cualquier precio, por asegurar su preponderancia.
Un expansionismo o
neoimperialismo con algunos contenidos nuevos y que es necesario desentrañar
hasta en sus mínimos detalles. La radicalidad militarista (no necesariamente
guerrerista, porque todavía sopesa riesgos), expansionista, desde la centralidad
norteamericana, anticomunista y políticamente antiliberal, de la ultraderecha
contemporánea, tiene su origen en un teórico nazi del Derecho, Karl Schmitt,
quien tras la derrota del nazi fascismo comenzó a diseñar una estrategia
ultraconservadora simple: todo el poder a Estados Unidos, que es el único que
puede detener las luchas democratizadoras que al impulso de la victoria del
Ejército Rojo en la segunda guerra mundial imaginó tendría (y tuvo) lugar en el
mundo.
Schmitt, que había producido una operación intelectual muy inteligente,
poner la lógica amigo – enemigo como lo central en política, para sustituir la
teoría de la lucha de clases y justificar así el rechazo a toda transacción, a
toda política democrática, a toda búsqueda de acuerdos para organizar al proceso
de civilización universalmente, tejió además redes efectivas de excientíficos e
intelectuales nazis y fascistas para preparar el asalto al poder total.
Y eso es
lo que la ultraderecha mundial está actualmente intentando lograr. Repito. Es lo
que la ultraderecha mundial está actualmente intentando lograr.
¿Por qué?
Porque
la República Popular de China es la continuidad histórica del esfuerzo del
movimiento obrero por democratizar las relaciones sociales y puede producir por
lo tanto a mediano plazo un horizonte civilizatorio que logre finalmente generar
las condiciones para la superación de las sociedades clasistas, para sustituir,
en la actividad humana, la centralidad del proceso de valorización del capital
por la reorganización del trabajo social en una orientación humanista radical,
superadora de todo orden jerárquico.
Como para que esa perspectiva resulte
evidente es necesario todavía mucho tiempo, es importante hacer notar por ahora
de pasada, dos fenómenos, así como el ultranacionalismo al sublimar la noción de
pueblo (Schmitt) logró imponerse sobre el universalismo democratizador del
republicanismo y el movimiento obrero revolucionario y matrizar la lógica amigo
– enemigo en su forma guerrerista competitiva así la lucha de clases en su
expresión geopolítica estimuló durante parte del siglo XX una dialéctica
perversa de autoritarismos de diferente tipo que se legitimaban en esa
competitividad militarista pero cuyo propósito era esencialmente sin embargo la
preservación de estructuras burocrático militares de unos Estados contra otros
Estados.
Como los conflictos geopolíticos clasistas o identitarios se agudizan
por todas partes el nacionalismo o el singularismo identitario tiende a ser
necesario para cohesionar la acción de las sociedades que pretenden experimentar
formas de desarrollo autonomistas, no dependientes del poder monopolista de las
inmensas corporaciones capitalistas norteamericanas, pero ni una ni otra
representan prácticas políticas universalistas, avances culturales en el proceso
democratizador de las relaciones sociales a escala mundial.
A tal punto que
desde posiciones de tipo supremacista hay intelectuales chinos influyentes que
trabajan las ideas de Schmitt en algunas universidades de aquel país o que puede
escucharse a un canciller socialdemócrata alemán hablar de la necesidad de
desenvolver… una forma neoimperialista encubierta “culturalmente” a la que
caracterizó como… ¡“paneuropeísmo”!
El primer empuje de la ultraderecha mundial
tuvo lugar inmediatamente después de la revolución bolchevique, contra la que
enfiló todas sus armas, luego de la victoria de la cultura democrática acumulada
desde la ilustración sobre el nazismo, la ultraderecha histórica comenzó a
desplegar formas reaccionarias como el macartismo, y en los setenta (inicio del
neoliberalismo: desregulación general del mercado mundial a favor de las
corporaciones de los países más desarrollados) ante la evidencia de que el
estalinismo y la burocratización grotesca y autoritaria de la URSS debilitaría
desde adentro de su fortaleza al movimiento obrero mundial ese macartismo tomó
hegemónicamente espacios en las instituciones policiaco militares de Estados
Unidos y el Reino Unido y en la actualidad organizado profesionalmente en el
mundo entero vela armas contra China.
El despliegue científico técnico que los
países capitalistas desarrollados comenzaban en los setentas a aplicar al
incremento de la productividad estimulando la iniciativa individual y las
potencialidades competitivas de esa iniciativa en el mercado mundial,
particularmente con el impactante crecimiento del sector servicios de la
economía (asunto que hay que estudiar muy detenidamente por sus implicancias de
todo tipo) comenzó a consolidar la superioridad del occidente desarrollado
frente a la URSS.
Nixon, Reagan y Thatcher no hicieron más que poner en práctica
un programa destinado a eliminar las trabas que impedían la consolidación de esa
superioridad, los costos del Estado de Bienestar con el que Europa y en menor
medida Estados Unidos habían enfrentado las experimentaciones democratizadoras
de las relaciones sociales en los países del denominado “socialismo real”.
Las
reformas en China sin embargo, que desde Deng Xiaoping comenzó a manejar con
enorme sofisticación su integración a la economía mundial y la administración
sutil de la dialéctica iniciativa individual – cultura comunitaria – rol del
Estado, echaron por tierra la ambición totalitaria de las corporaciones más
influyentes de Estados Unidos, Japón y Europa.
Y la experiencia China está
directamente relacionada con la tradición de las lógicas del Estado y la
Revolución, las Tesis de Abril y otros textos de orientación táctica de Lenin
para desplegar en situaciones revolucionarias no planificadas, sino que surgían
espontáneamente de las contradicciones sociales entre acumulación de riqueza y
democratización que contiene en sus entrañas el sistema capitalista de
producción librado inercialmente a sus lógicas orgánicas.
No fue esa concepción
de los clásicos del marxismo sustancialmente basada en la consideración de que
ante una situación revolucionaria la clase obrera tenía que comenzar a destruir
las formas policíaco-militares del Estado para sustituirla por una democracia
directa radical con desarrollo de las fuerzas productivas para facilitar la
emergencia de una nueva sociedad la que produjo la burocratización autoritaria.
La catástrofe tanto teórica como práctica del burocratismo estatalista con el
que Stalin respondió a la inminencia de una guerra total contra la URSS no sólo
resultó en un drama para izquierda mundial, sino para la humanidad en su
conjunto y puso en evidencia la inviabilidad de la pretensión de “implantar”,
según la terminología de Lenin, el socialismo en un solo país, y menos en uno
atrasado socio cultural y tecnológicamente.
(No se inquiete el lector ante la
enorme cantidad de cabos sueltos que irán quedando en este texto, gradualmente
se expondrán más densamente argumentos complementarios a algunas
generalizaciones por ahora necesarias. Las inquietudes de los lectores serán
también acicates para que ello ocurra).
Veamos cómo Pepe Mujica refirió a este
debate teórico que parece anacrónico y en algunos sentidos lo es, como se
procurará poner más adelante en evidencia, pero no tanto como para no prestarle
atención crítica pues el anticomunismo está basado en una lectura interesada del
pasado. Y el anticomunismo se tornó en el siglo XX una patología social
destructiva de la convivencia democrática y que erosiona la potencia
transformadora de la clase trabajadora en el mundo entero tanto como la calidad
de las instituciones de gobernanza social en general.
Ha habido otros dirigentes
políticos o intelectuales que han referido a este viejo debate teórico, pero se
cita a Pepe y se rememora a Valenti, quien manifestó la misma preocupación hace
ya varios años, tanto por su significación en el proceso político uruguayo de
los últimos 40 años como porque representan dos de las tradiciones con mayor
protagonismo en los procesos de toma de decisiones en ese período.
Subrayó Pepe
en el programa radial En Perspectiva: “Hace 50 años yo tenía devoción por “El
Estado y la Revolución”, esa obra de pensamiento de Lenin. A lo largo de los
años he visto que ese fantástico trabajo teórico desembocó en reiterados
fracasos porque la famosa “dictadura del proletariado” cuanto más corta mejor
decía Rosa Luxemburgo, que fue asesinada como un preanuncio de lo que luego
ocurriría en Alemania. La “dictadura del proletariado” terminó formando una
burocracia que inmovilizaba la operatividad del propio Estado. (El análisis
crítico de esos procesos) nos lleva a que hoy en el Uruguay no podemos repetir
cosas que no anduvieron. Y tenemos una economía de mercado y la tenemos que
entender y la tenemos que respetar como es. ¿Por qué, cual es el desafío
inmediato? Es un cambio civilizatorio que significa la entrada en la era del
conocimiento. Educar a nuestros niños en formación científica y técnica porque
el grueso de los trabajadores va a ser calificados y el que no esté calificado
no trabaja. Eso significa que hoy tenemos que desarrollarnos en esta economía
real, (la existente) para tener los medios para educar a las nuevas
generaciones” …
Y añade: en el espacio 609 “nuestro concepto hoy de liberación
nacional es empujar el desarrollo dentro de la economía de mercado tratando de
mitigar una cantidad de cuestiones negativas en el reparto. Pero sin negar a la
economía de mercado. (…) Nuestra democracia representativa actual no pude ser la
última etapa de evolución institucional de la humanidad. La humanidad del futuro
tendrá cambios, pero no van a ser por la vía que pensamos y habrá otras vías. Si
algo parecido al socialismo es posible serán sociedades muy desarrolladas y
cultivadas. No se puede hacer un edificio socialista con albañiles que el que no
se lleva una bolsa de portland trata de llevarse una llave… (una herramienta)” …
Y concluye: “Impulsar el desarrollo a muerte para que el país tenga medios
mañana para esa función (la educación científico-técnica del pueblo) que es
estratégica, por ahí va nuestro radicalismo. Política abierta, pragmática, no
arrear principios sino fortalecer la viabilidad de algunos principios. Y acordar
con todo el mundo, empresas y países”.
Más adelante se ahondará en el análisis
de estas inquietudes de Pepe Mujica, pero antes de ello conviene preguntarse:
¿Qué les preocupa a Pepe y a Esteban Valenti?
La configuración del marco
conceptual con el cual la izquierda del siglo XXI va a hacer frente a los
desafíos civilizatorios, esencialmente la definición de marcos conceptuales con
los cuales recuperar el camino de la democratización de las relaciones sociales
para frenar el obsceno proceso de concentración de la riqueza.
Las
personalidades de Pepe Mujica y Esteban Valenti fueron tomadas como referentes
en este escrito por razones contingentes, pero también porque la izquierda
uruguaya se apresta a concluir un proceso de transición de liderazgos que
plantea enormes desafíos teórico políticos y culturales y ellos dos en
particular representan momentos singulares del pasado reciente, el de hegemonía
de la izquierda histórica hasta los primeros años del siglo XXI y el de
hegemonía de lo que por ahora denominaremos izquierda nacional popular
republicana que fue consolidándose con posterioridad a ese acontecimiento.
Tanto
Pepe como Valenti han tenido momentos controversiales, muy controversiales, en
su pasado político, como ocurre siempre con quienes procuran moverse con madurez
política pero incorporando permanentemente niveles de transgresión sobre el
sentido común conservador o burocrático. Y son de ese tipo de actores políticos
que siempre han estado y están. Hasta el último aliento.
Valenti tuvo un rol muy
destacado en la reconfiguración de la izquierda una vez derrotada la dictadura
pues supo darle vuelo al prestigio de los comunistas uruguayos derivado tanto
del hecho de su decisivo rol en la prosecución de la unidad del movimiento
obrero como en la creación de las condiciones políticas para la unidad de la
izquierda.
Tuvo un rol intelectual esencial en ese proceso el desde el año 55
(en el que una corriente antiestalinista tomó el control del PCU) secretario
general de los comunistas uruguayos, Rodney Arismendi, en la foto que acompaña
este capítulo junto al dirigente obrero y comunista salvajemente torturado y
preso político Jaime Pérez y el propio Valenti.
En la elaboración del marco
teórico de la unidad de la izquierda, en la organización de las luchas sociales
y en la articulación con sutil amplitud y generosidad política y visión
estratégica de la ingeniería político jurídica y programática que dio lugar a la
fundación del Frente Amplio de Uruguay, Arismendi, junto a quien luego fuera su
líder histórico, el general Líber Seregni, el democristiano Juan Pablo Terra,
los demócrata republicanos Zelmar Michelini y Alba Roballo, el nacional
reformista Carlos Quijano y algunos veteranos dirigentes socialistas tuvo una
decisiva participación intelectual y política.
Tanto por ello como porque el PCU
fue el único partido político uruguayo que permaneció organizado en la
clandestinidad y en el exilio (donde articuló en una misma institucionalidad, la
Convergencia Democrática, a todos los opositores demócratas) durante todos y
cada uno de los años de enfrentamiento a la dictadura fascista, contribuyendo a
la reorganización de la cultura y del movimiento obrero y estudiantil a pesar
del salvajismo con el que los mandos militares procuraron “hacerlo desaparecer
por 50 años”, los comunistas uruguayos y sus principales aliados demócrata
republicanos emergieron con un enorme prestigio en el proceso de recuperación de
la democracia. Valenti fue el secretario de Propaganda durante ese proceso que
llevó a la lista 1001, expresión electoral del PCU y sus aliados, a ser la más
votada casi al nivel de lo que ocurrió con la lista del espacio 609 en los
últimos comicios.
Para los lectores no uruguayos resulta importante apuntar que
el diseño político jurídico de la unidad de la izquierda fue concebido
esencialmente como organización de la unidad programática de las políticas de
desarrollo nacional en la diversidad de concepciones estratégicas, como
coalición de partidos y movimiento de militantes que representaran a esa unidad
política y nada más que a esa unidad política, (más allá de si eran
independientes o representaban a partidos históricos o nuevos) lo que luego
derivó en el frenteamplismo como cultura política unitaria.
Durante los últimos
años, tanto Mujica como Valenti han expresado, en entrevistas y publicaciones,
inquietudes sobre los contenidos de la democracia, sobre los contenidos de las
políticas de desarrollo, sobre la autonomía de la política respecto de la
riqueza concentrada y centralizada y sobre la autonomía de la comunidad
productiva y espiritual respecto de esos poderes…
Ante los enormes desafíos
civilizatorios que se le presentan actualmente a la humanidad, ¿es concebible
una síntesis teórico-política que supere las viejas rivalidades entre las
tradiciones de izquierda que encarnaron en su praxis Pepe y Valenti? Uno de los
objetivos de este texto es propiciar esa síntesis sin pretender desdibujar
rasgos identitarios que administrados con inteligencia política suelen aportar a
la riqueza de la praxis política transformadora.
(Continuará)
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