Pepe Mujica y el futuro de la humanidad
Capítulo III
En febrero de 2025 comenzó a implosionar la estructura y la
lógica del mundo gestionado por una aristocracia tecnoburocrática global
meramente ocupada en reproducir el proceso de valorización del capital en
beneficio de algunas miles de corporaciones y de muy pocas naciones
desarrolladas que disponían de sus fuerzas institucionales y su influencia en
otras internacionales para ese fin.
El actor desestabilizador de esa construcción que hizo de
la hipocresía un estilo no fue el movimiento popular orientado a democratizar
las relaciones sociales sino una fuerza clásica que tampoco los toleraba más:
las fuerzas del cielo, es decir, la aristocracia feudal reconvertida. O eso
parece, porque las cosas son más complejas.
El momento neoliberal que antecedió a esta crisis tuvo fases
en que propició un notable incremento del comercio, fenómeno del que parecían
beneficiarse la mayor parte de los países, hasta que el nivel de concentración
del capital en esas pocas corporaciones y naciones puso en crisis a todos
aquellos estados nacionales que no lograron implementar niveles suficientes de
desarrollo para sostener economías estables.
Se inició entonces un tiempo de transición en el que una de
las fuerzas propulsoras opera según lógicas del darwinismo social puro y duro y
que está dispuesta por ello mismo a arrasar con todo el acumulado político
cultural civilizatorio que se inició hace siglos durante la ilustración y que tuvo
sus décadas gloriosas en la posguerra como consecuencia de la lucha pujante del
movimiento obrero en sus épocas de mayor madures.
En un lejano futuro los historiadores debatirán si la
implosión sistémica tuvo lugar cuando en un exceso de centralización del poder
y por ello mismo de petulancia, el occidente desarrollado organizado en la OTAN
hizo una jugada de más elaborando una estrategia para disgregar a la Rusia
postsoviética o si la emergencia de China como potencia mundial hizo inviable
la continuidad de los obscenos niveles de concentración de la riqueza que
habían puesto a los países desarrollados en ese lugar de autocomplacencia
petulante.
En todo caso algo nuevo quedó expuesto cuando el 4 de
febrero de 2025 Donald Trump, flanqueado por Benjamin Netanyahu, anunció que
construiría lo que parecía imaginar como un paraíso lúdico en la “magnifica”
costa de Gaza… Antes había usado la lógica del “empresario guerrero” para
explicar que las necesidades del “espacio vital” territorial norteamericano
exigía al gobierno de ese país disponer de Groenlandia y el canal de Panamá.
El concepto de legitimación del negocio inmobiliario sobre
las ruinas de Gaza, además de esgrimir causas competitivas geopolíticas se basó
en una premisa sencilla, contra el aporte económico a la guerra, una
contraprestación territorial. Unos días después Trump abrió negociaciones de
paz para la guerra en Ucrania exigiendo a cambio de los quinientos mil millones
de dólares puestos por Estados Unidos para respaldar al criminal nacionalismo
pequeño burgués ucraniano pro-OTAN la propiedad contractual de la mitad de las
“tierras raras” …
¿Y Europa? “Al carajo Europa”, su “euro” y su oportunismo,
que pretendió erigirse en faro de civilización trasladando los costos al resto
del mundo y organizando el asalto final sobre la renta de la tierra, es decir,
sobre la propiedad de la tierra, expresaban con estas u otras palabras
similares los voceros del nuevo estilo de gobernanza mundial.
Lo que hasta ese mes que inauguraba el segundo cuarto del
siglo XXI se percibía de manera vaga como una transición o varias transiciones
simultáneas, una geopolítica, de un poder radicalmente hegemónico a una mesa de
varios jugadores con intereses de clase y económico nacionales diferentes, una
científico técnica con efectos tectónicos, y una político cultural, la crisis universal
de las formas democráticas sustentadas en decisiones más o menos consensuadas
por el cuerpo político de las naciones Estado con todo su aparato burocrático y
su pretensión de normativizarlo todo, comenzó a desenvolverse según la crudeza
pura y dura de relaciones de poder no encubiertas en discursos ideológicos.
Hasta esas semanas, la humanidad había participado, entre
el cinismo de las elites de los países desarrollados de occidente y la
inocencia de buena parte de la sociedad mundial, de una dialéctica complejísima
entre imposición neo imperialista de reglas de juego favorables a los grupos de
privilegio con mayor capacidad de influencia y el esfuerzo objetivo de producir
orientaciones político-jurídicas civilizatorias para ir encontrando caminos de
superación de los antagonismos irresueltos entre capital, renta de la tierra y
trabajo asalariado y entre países ultra desarrollados y países en desarrollo.
La era de la crudeza de lo real materialmente objetivo por
sobre las ambigüedades idealistas, la del movimiento histórico de la lucha de
clases con sus contenidos tradicionales, capital, renta de la tierra – fuerza
militar, especulación financiera- y trabajo asalariado, pero también con sus
novedades, (que analizaremos), la era de los intereses geopolíticos según
relaciones de poder, comenzaba a expresarse nítidamente.
Las Naciones Unidas y la “Comunidad de Destino” de la
humanidad experimentado formas solidarias de cooperación deberá esperar a que
Estados Unidos se sienta lo suficientemente “grande de nuevo” como para
intentar una guerra (absolutamente suicida) con China y la pierda, o a el
advenimiento de una nueva elite que interiorice con seriedad científica que, en
la humanidad, la producción de valor orientado a perfeccionar las condiciones
de existencia es obra de la especie humana en tanto especie humana y por ello
las prácticas productivo políticas sólo superan un estadio de la civilización
si contemplan el desarrollo integral de todos los seres humanos.
Por ahora seguirá incrementándose la influencia de la
“sensatez” del sentido común derivado de la lógica de los intercambios en el
mundo de los negocios. O lo que es lo mismo, la riqueza acumulada gobernará sin
velos ni relatos anulando a la política, que en su forma liberal anglosajona ya
no podía intervenir civilizatoriamente en la organización del sistema mundo
único e indivisible porque acentuaba los antagonismos, en lugar de diseñar
formas institucionales para superarlos.
Antes de continuar resulta necesario incorporar otro hecho de
ese febrero histórico de 2025, también del día cinco, no tanto para prejuzgar
sobre lo ocurrido y que ya se relata, como para exponer acerca de la gravedad
de lo que podríamos denominar como el síndrome de la desconfianza.
El 5 de febrero de 2025 ocurrió un asesinato posiblemente
accidental en una ciudad del sur de EEUU: “Oakland resident dead in hit-and-run crash at intersection”. Accedí a la
información advertido por uno de los más lúcidos filósofos contemporáneos, el
argentino andaluz Nicolás González Varela. El asesinado, (¿fue un asesinato
deliberado?, pensé al leer la noticia en un periódico local), era el sociólogo
marxista Michael Burawoy.
Al momento de publicar este
capítulo no logré disponer de información sobre si como parece se trató de un
accidente de esos en que un conductor ebrio maneja a mucha velocidad y escapa
del lugar o si de uno de esos asesinatos selectivos trabajados como “que
parezca un accidente”.
En cualquier caso, mientras leía
la crónica del suceso, me asaltó la duda. Algo como una reacción espontánea de
desconfianza.
El nivel de descomposición de los
contenidos de las instituciones políticas nacionales e internacionales torna
muy difícil a los individuos tener confianza ni político jurídica, ni cultural,
ni administrativo normativa de relaciones económicas, ni fiscalizadora de
procesos ajustados a disposiciones aprobadas mediante instrumentos
legislativos.
Y la desconfianza, lógicamente,
acentúa la propensión de las sociedades que tienen privilegios que proteger a
apostar por liderazgos basados en el sentido común elitista del homo
supercapitalista por excelencia: el darwinismo social que, por su propia
crudeza, tiende además a ser autoritario. ¿Igual o más o menos autoritario que
las practicas neoimperialistas de la OTAN?
Para decirlo en otro lenguaje, a
los individuos les resulta, como consecuencia de un acumulado de experiencias
negativas, muy difícil confiar ni en las instituciones, ni en los sistemas
políticos, ni en los discursos públicos…ni en el Estado nacional ni en las
corporaciones, sólo en sus capacidades individuales…
Los jóvenes consideran con razón
como irracional al trabajo asalariado, en el estadio de desarrollo científico
técnico actual lo es y por ello tienden a creer que la sociedad digital
universal les abre un enorme abanico de posibilidades. Esas posibilidades luego
suelen tornarse en grotescos niveles de precarización en su inserción
productiva, pero en principio el margen de oportunidades diferentes a las del
trabajo asalariado existe realmente.
Lo que esto pone en evidencia es
que a la presión sobre la estabilidad política y el sistema de garantías
republicanas trabajosamente producido por las luchas sociales del siglo XX que
tiene lugar, es necesario añadir aún otra tensión a la que estamos sometidos
todos los individuos y que produce, no ya desconfianza, sino desasosiego.
A la en algunos sectores de la
economía brutal sobreexplotación del trabajo asalariado, a la intensificación
de las exigencias medidas en horas de trabajo, bien remunerados pero hiper estresantes, de los técnicos
especializados, hay que añadir la sobre explotación del consumidor… la obsolescencia
programada, la exigencia de contratar seguros para hacer viable un conjunto muy
amplio de actividades “normales”, la hipernormativización del mundo de la vida
en beneficio de corporaciones privadas o estructuras burocráticas estatal
nacionales. La mayoría de estas sobre exigencias pesan sobre las clases medias,
que son las que pueden todavía pagarlas y son resultado del desarrollo
necesario para el proceso de valorización del capital del proceso de financiarización,
casi sin control, del sector servicios (que, aunque termine teniendo expresión
material corre sobre el universo digital) de la economía mundial.
La ultraderecha global ha usado
con mucha inteligencia a su favor este estado de cosas, porque somete a crítica
el abuso de interferencia de lo estatal nacional (un escandaloso tejido de
normas de todo tipo que parece destinado más a asegurar la reproducción de la
función social de estructuras burocráticas que a resolver problemas de
funcionamiento de la sociedad) y de la ingeniería jurídica que regula la
economía global en el cumplimiento de ese océano de regulaciones, normas,
disposiciones cuya fundamentación sólo se explica en la expansión del sector
privado a todas las actividades del mundo de la vida aunque se presente como
vocación de lo público por ordenar la vida.
Antes de retomar el diálogo con
Mujica y Valenti, que es la forma de exposición elegida para este ensayito, relataré
sin mucha precisión otro mínimo suceso. Se procura abrir el debate sobre la
democracia como “Estado de Derecho”. Y poner en evidencia que ese es un debate
abstracto sin valor, si no se considera a la sociedad mundial como sociedad mundial
cuando se reflexiona sobre cómo producir calidad de cultura democrática.
Se conmemoraba en Italia un
aniversario de la aprobación de la Constitución republicana, proceso de
posguerra en el cual tuvieron una participación relevante y en general
consensuada los partidos políticos mayoritarios, la Democracia Cristiana, el
Partido Comunista, y el Partido Socialista. Italia era una monarquía
constitucional, las autoridades monárquicas habían sido funcionales al
fascismo, hasta 1919 ese régimen todavía no había aprobado el sufragio
universal y desde ese año fue únicamente masculino…
El 27 de diciembre de 1947 Enrico
De Nicola, Umberto Terracini y Alcide De Gasperi firman la Constitución de
la República Italiana, una vez concluido un proceso plebiscitario para elegir
entre Monarquía y Republica y la conformación de una Asamblea Constituyente que
elaboró los contenidos de la ley fundamental.
Al conmemorarse los 75 años de
ese acontecimiento un veterano comunista italiano fue entrevistado por la RAI.
Relató el rol decisivo del PCI en las acciones partisanas de lucha y derrota
del fascismo, la protagónica participación en el proceso de aprobación de la Constitución,
creo recordar que agradeció la visita de Georgia Meloni a una exposición de
reconocimiento a esa participación y concluyó afirmando que la diferencia entre
su partido y la tradición de los bolcheviques era una diferente valoración, originada
en el libro de Lenin “El Estado y la Revolución” sobre la importancia del
Estado de Derecho.
Todo lo relatado anteriormente en
este capítulo, sin embargo, parece demostrar fácticamente que el Estado de
Derecho sin un sujeto social que produzca su contenido en la dirección de la
democratización de las relaciones sociales considerando a la sociedad mundial
como lo que es, sociedad mundial, no ha resuelto los problemas de desarrollo de
la humanidad como humanidad ni ha facilitado la consolidación de la democracia más
que unos poquitos, muy poquitos, Estados nacionales.
No dispongo aquí del espacio
suficiente para sintetizar un libro de 900 páginas que escribí como resultado
de un estudio sobre los debates respecto de la importancia y evolución del
Estado, el Derecho y la democratización de las relaciones sociales o por el
contrario, los procesos de concentración de la riqueza, pero antes de retomar
el hilo de este escrito, centrado en el futuro, conviene exponer algunas
consideraciones generales sobre la crisis del marxismo.
Pues lo que revelan las
apreciaciones, recientes, del veterano dirigente comunista, es una débil
reflexión crítica sobre los sucesos históricos del siglo XX.
En la obra de Lenin, a cuyo
estudio dediqué dos años completos, no hay una sola subestimación de la
importancia revolucionaria de la normativa legal en una democracia, ni sobre el
derecho a la autodeterminación de los pueblos desde una perspectiva jurídica de
las relaciones internacionales, ni sobre la importancia de la democracia para
facilitar una mayor capacidad de organización de la lucha del movimiento obrero
por empujar procesos de democratización de las relaciones sociales…
Lo que ocurre es que tampoco
participa, la obra filosófico-política del conductor intelectual (durante la
segunda década del siglo XX en particular) de ese movimiento obrero, de ninguna
forma de idealización abstracta de esos contenidos que es la que los convierte
en una ideología y no en instrumentos objetivos de un avance civilizatorio.
Por cierto, tampoco hay en Lenin,
aunque es tema para un poco más adelante, ninguna forma de caricaturización
grotesca de la dialéctica planificación – mercado, esa institución milenaria
que cumple una función social desde el origen mismo del proceso de la
civilización.
El entero proceso de la
civilización es el resultado de una dialéctica complejísima entre la producción
de valor orientada a satisfacer las necesidades materiales imprescindibles para
reproducir la vida de las comunidades singulares y la elaboración de
instrumentos tecnológicos, político culturales, institucionales, orientados a
perfeccionar las condiciones de existencia de la sociedad y de la especie como
tal especie, a propiciar al proceso de la humanización, el devenir humano del
ser natural que somos.
Junto a las reformas económicas,
Deng Xiaoping, que era leninista, es decir, que consideraba imprescindible
aplicar una metodología científico cultural al implementar transformaciones
orientadas a democratizar las relaciones sociales, dedicó un enorme esfuerzo a
producir un “Estado de Derecho” que organizara políticamente ese proceso.
El hecho evidente de que en el
estadio actual de evolución de la producción científico técnica y dado el nivel
y NECESIDAD de los intercambios en la sociedad humana resulte absolutamente
inviable la instalación de sistemas políticos que propicien el control
monopólico por una sola clase social del aparato jerárquico del Estado nacional
para imponer un modelo de gestión del desarrollo no justifica que se analice
desde esas condiciones orgánicas lo que fueron acontecimientos y formulaciones
tácticas propios de otro momento de la civilización.
La naturalización de la cultura
democrática en buena parte de occidente es el resultado entre otras cosas de
los efectos de la revolución bolchevique, de las aportaciones intelectuales del
marxismo y de teóricos como Hans Kelsen, Hanna Arendt, Jürgen Habermas, de la
derrota del nazismo, del incremento sustancial de los niveles de instrucción de
cientos de millones de individuos a partir de sistemas públicos de enseñanza
obligatoria y gratuita, de la regulación de las relaciones laborales, todas
conquistas del movimiento obrero durante el siglo XX y en otro campo, del
desarrollo tecnológico, en particular de las telecomunicaciones y su impacto en
la significación de la deliberación político cultural en la sociedad, lo que
nos ha convertido, como dice el inteligente escritor argentino Alejandro
Galliano, en seres cuya subjetividad está envuelta en una dinámica digital que
torna a las sociedades en ingobernables…. O eso parece. (Recomiendo esta entrevista https://www.youtube.com/watch?v=SJdeSux-f5g para
conocer mejor su pensamiento. Algunas de sus afirmaciones serán aquí sometidas
a crítica, pero en todo caso se trata de un aporte intelectual valioso).
(Continuará)
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