viernes, 24 de mayo de 2024

Eduardo Bleier


 

Ellos situaron a los huesos en su posición original.

Incluso al oído. Las membranas silbantes del oído universal.

Todos supimos

luego

que un solo violín trae tanto pasado

como la luz de una estrella muerta.

Luego, aun luego

una aglomeración de luminosidades acudieron

a su reaparición,

a su ser de nuevo, digamos, al suyo ser recuperado:

(tanto que durante 43 años

casi que de vez en vez casi todos los días,

había sido en duelo cuando la memoria lo invocaba.

Había sido no estando él, justo con él, anteponiéndose a él,

que despreciaba lo que

habiéndose iniciado

era concebido como concluido).

 

En aquellas horas, como saliendo del sur,

habitó el espacio memorial una mujer que irradiaba elegancia,

esa forma de estar en el mundo para la cual

los revolucionarios no suelen disponer demasiadas energías.

Coraje y sabiduría, (pensé en la observación de su mínima

lágrima

solidaria),

no se despliegan desde ninguna articulación ósea,

sino desde el contenido original.

Esa sustancia a la que Benjamín

pudo quizá denominar

elegancia revolucionaria.

La elegancia de lo abierto como redención.

En las alturas la imagen reía.

Ahh! ¡la elegancia de aquella risa!

 

Una vez Bleier puso una Matzá y sal en mi regazo,

su madre

que no ha mucho había decidido aceptar su voluntad comunista…

(hubiese preferido la persistencia de su vocación rabínica),

sonrió dulcemente.

En él la risa se extendió por sobre su prominente nariz,

que también fue desenterrada, y luego bailó.

Creo recordar que jamás explicó esa acción ni ninguna otra.

tiendo a creer que pensaba que las respuestas a casi todas las cosas

tenían que emerger de la curiosidad de sí.

De la curiosidad apasionada. La que transforma.

O el enfado, si sutil, si con futuro, sólo así,

tanto que el mínimo gesto egoísta era reprendido

cada vez por su mirada,

que también fue desenterrada,

con la furia de los animales heridos

en la más trascendente de las batallas.

¡Aaah qué elegancia en el enfado azul de aquellos ojos!

¡Un religioso sentido de la verdad!

¡Qué carácter hay que tener,

qué vocación de verdad, para volver de la tierra!…

¡Qué osadía!

¿Cómo no iba a reír en el poster situado por encima de la multitud acongojada?

Él reía allí aunque no habría vida nueva en sus huesos

más

o menos

humanamente

organizados.

Él reía en medio del murmullo de vida, que emanaba desde la memoria

de su cuerpo destrozado.

El reía allá arriba en el poster, reía: imaginaba su sueño de vida

nuevas epopeyas transformadoras.

Qué esqueleto tesonero!

Tanto que junto a su omóplato

apenas perturbado por el violín,

su aspiración humanizadora de la vida

de la vida viva,

también fue desenterrada.

Gerardo Bleier