Ellos situaron a los huesos en su posición original.
Incluso
al oído. Las membranas silbantes del oído universal.
Todos
supimos
luego
que un solo
violín trae tanto pasado
como la
luz de una estrella muerta.
Luego,
aun luego
una
aglomeración de luminosidades acudieron
a su
reaparición,
a su ser de
nuevo, digamos, al suyo ser recuperado:
(tanto
que durante 43 años
casi que
de vez en vez casi todos los días,
había
sido en duelo cuando la memoria lo invocaba.
Había sido
no estando él, justo con él, anteponiéndose a él,
que despreciaba
lo que
habiéndose
iniciado
era
concebido como concluido).
En
aquellas horas, como saliendo del sur,
habitó el
espacio memorial una mujer que irradiaba elegancia,
esa forma
de estar en el mundo para la cual
los revolucionarios
no suelen disponer demasiadas energías.
Coraje y
sabiduría, (pensé en la observación de su mínima
lágrima
solidaria),
no se
despliegan desde ninguna articulación ósea,
sino
desde el contenido original.
Esa
sustancia a la que Benjamín
pudo
quizá denominar
elegancia
revolucionaria.
La
elegancia de lo abierto como redención.
En las
alturas la imagen reía.
Ahh! ¡la
elegancia de aquella risa!
Una vez Bleier
puso una Matzá y sal en mi regazo,
su madre
que no ha
mucho había decidido aceptar su voluntad comunista…
(hubiese
preferido la persistencia de su vocación rabínica),
sonrió
dulcemente.
En él la
risa se extendió por sobre su prominente nariz,
que
también fue desenterrada, y luego bailó.
Creo
recordar que jamás explicó esa acción ni ninguna otra.
tiendo a
creer que pensaba que las respuestas a casi todas las cosas
tenían
que emerger de la curiosidad de sí.
De la curiosidad
apasionada. La que transforma.
O el
enfado, si sutil, si con futuro, sólo así,
tanto que
el mínimo gesto egoísta era reprendido
cada vez
por su mirada,
que
también fue desenterrada,
con la
furia de los animales heridos
en la más
trascendente de las batallas.
¡Aaah qué
elegancia en el enfado azul de aquellos ojos!
¡Un
religioso sentido de la verdad!
¡Qué carácter
hay que tener,
qué vocación
de verdad, para volver de la tierra!…
¡Qué osadía!
¿Cómo no
iba a reír en el poster situado por encima de la multitud acongojada?
Él reía
allí aunque no habría vida nueva en sus huesos
más
o menos
humanamente
organizados.
Él reía
en medio del murmullo de vida, que emanaba desde la memoria
de su
cuerpo destrozado.
El reía allá
arriba en el poster, reía: imaginaba su sueño de vida
nuevas epopeyas
transformadoras.
Qué
esqueleto tesonero!
Tanto que
junto a su omóplato
apenas
perturbado por el violín,
su
aspiración humanizadora de la vida
de la
vida viva,
también
fue desenterrada.
Gerardo
Bleier